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  • Foto del escritorMaite R. Ochotorena

Relato: «Me voy a París»


—...dame un respiro, aún no lo tengo todo...

Pero Rob no deja de bufar a mi espalda. Lleva así media hora. Empieza a sacarme de quicio.

Termino y cierro la maleta.

—Venga joder, si te dejas algo me llamas y te lo mando...

—No quiero dejarme nada, ¿vale? Voy con tiempo, así que haz el favor de tranquilizarte...

Rob mira el reloj con el semblante ceñudo. Se le abre la camisa sobre el vientre, prominente de tanto beber cerveza. Le dedico una mirada cargada de reproche mientras agarro mi equipaje y paso por delante de él.

—...ya era hora... —le oigo murmurar.


Torr Eiffel, París

Camino con garbo. El taxi ya debe de estar esperando abajo. Salgo de casa y llamo al ascensor.

—...oye, y no vayas a meter la pata en tu primer día de trabajo —se mofa.

Se me encienden las mejillas de indignación. ¿A qué viene eso?

—...oye, ten cuidado y no vayas a levantarte mañana igual de gilipollas que todos los días —le escupo—... Aunque eso no lo puedes evitar, ¿verdad?

El ascensor se abre y me cuelo en él sin esperar a ver su reacción. Sé de sobra qué cara está poniendo. Siento que entra conmigo. Le oigo respirar, es como una res... Pulso el botón para bajar y recuesto mi espalda contra la pared. Cierro los ojos...

París... ¿Que me aguarda allí? Espero no encontrar una nueva versión de Rob... No, espero dejar atrás todo lo que se parezca a Rob... Adiós Rob, hola París... Sonrío de entusiasmo. ¡Libre al fin!

—¿Por qué sonríes con esa cara de boba?

—Porque al fin voy a librarme de ti...

—Joder, si vas a volver antes de una semana, como si lo viera...

—Mejor ve pensando quá vas a hacer, porque no creo que vuelva.

Rob contiene el aire. Yo permanezco con los ojos cerrados, disfrutando de mi inminente libertad.

Pero entonces noto cómo se aproxima, tanto que su barriga se incrusta en mi vientre plano. Me da tanto asco que me enderezo de golpe y abro los ojos. Tengo su rostro pegado al mío. Está furioso.

—¿Te crees que vas a ser alguien en el puto París?

—Ya soy alguien, Rob...

—...no eres una mierda...

Me arranca la maleta de la mano de un tirón, tan fuerte que me hace daño.

—Pero qué haces, joder...

—Tú no vas a ninguna parte...

Sonrío estupefacta.

—Devuélveme la maleta, anda... Tengamos la fiesta en paz...

El ascensor se detiene y la puerta se abre. Veo el taxi parado frente al portal, esperando.

Rob alarga la mano y pulsa el botón. Las puertas se cierran y el ascensor se pone en marcha, de vuelta a casa.

—¿Te gusta mi nuevo plan? —murmura Rob en mi oído.

—Apártate...

—¿O qué? ¿Qué vas a hacer, insulsa de mierda?

—...que te apartes... Me voy a París, ya estás haciéndote a la idea, Rob.

—Ya veremos...

No se mueve, y es tan grande que lo ocupa todo. Me está asfixiando con su corpulencia.

Me revuelvo, pero se ríe, y no permite que me escabulla. El ascensor llega al tercero. Si me saca al rellano, estaré perdida.

—Aparta, Rob, por favor...

—Por favor... cuánta amabilidad...

—Aparta, Rob, por favor...

—Mueve ese culo a casa, no vas a ninguna parte.

—¡Me voy a París!

—¡A casa!

—¡A París!

Algo en su expresión me advierte de la gravedad de la situación. No puedo retroceder, no puedo permitirle que se salga con la suya.

Cojo aire y le golpeo con la rodilla en la entrepierna. No le hago daño y se ríe, pero sus ojos brillan furibundos. Levanta la maleta y la aplasta contra mi pecho. Se apoya en ella y empuja... Me asfixio...

—¿A dónde crees que vas, gilipollas...?

—A París...

Apenas me queda aire. Me llevo la mano al bolsillo. El cúter con el que he estado cortando papel de embalar aún está ahí. No me lo puedo creer... Lo empuño con fuerza, lo saco, lo abro y la hoja se desliza...

—Jódete Rob... Me voy a París, y tú te quedas aquí...

Hundo el cúter en su horrible barrigón. Entra con suma facilidad, es como cortar mantequilla... Un hormigueo de satisfacción guía mi mano mientras deslizo la hoja abriendo una gran brecha en su vientre. La sangre caliente empapa su horrenda camisa, y Rob gime, sorprendido. Se aparta, con los ojos muy abiertos, y yo me quedo con el cúter ensangrentado en la mano. Pero no he terminado.

—Me largo, ahí te quedas.