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  • Foto del escritorMaite R. Ochotorena

Bocaditos de Suspense: «Claudia»


Es la hora de la verdad.

Aunque no sé qué significa eso.

La cínica luz del día está desterrando las sombras, y mi ojos empiezan a ver mejor alrededor. No me gusta lo que descubro, no me gusta lo que veo, no me gusta lo que veo...

...mi marido yace de bruces a mi lado. No lo encontraba. Ahora se que estaba a sólo un metro de mí. Un metro, y llevaba toda la noche llamándole, buscándole...

Tiene los ojos abiertos, fijos en mí. Su expresión de estupor me deja helada.

Está muerto.

Muerto. Jake está muerto.

Lo imaginaba. No, lo sabía.

Un ventanuco abierto en lo alto de la pared permite que esta luz traicionera, cargada de amenazas, vaya desterrando la oscuridad y las dudas. No hay nadie más. Sólo mi marido muerto y yo.

¿Qué hay de los pasos? ¿Qué hay del jadeo en la noche? ¿Qué hay del frío aliento en mi piel?

Me aseguro de que no hay nada más, escudriñando cada rincón.

Entonces oigo pasos otra vez.

Claro, no suenan aquí abajo, sino sobre mi cabeza, en el techo.

Alzo la vista... y la veo.

Mi hija gatea a cuatro patas, boca abajo, por el techo.

Le cuelga el pelo lacio hacia abajo y tuerce la cabeza hacia mí. Sonríe, muestra sus dientes... Están manchados de sangre. La sangre de mi marido.


niña poseída

Claudia se retuerce y se le quiebran los hombros y las caderas, CLOk CLOK.

Claudia deja caer los pies, ahora retorcidos, y se queda colgando de las manos. Se balancea, mientras gorgotea algo en su garganta. Alza la cara y se ríe, luego escupe un trozo de carne, que cae junto a mis pies: la oreja derecha de Jake.

Gimo de terror y retrocedo, arrastrando el culo hasta quedar apretada contra la pared.

No es Claudia, no puede ser. Es otra cosa.

Avanza hacia mí, apoyando las palmas de las manos en el techo, de forma antinatural, con el cuerpo colgando laxo y las piernas giradas en un ángulo deforme. Ladea la cabeza, los ojos demenciales abiertos.

—Mamá...

La luz del día avanza, hace danzar las motas de polvo en el aire, salvo que aquí no hay aire...

Claudia se descuelga del techo y cae con un «plock» sordo y breve delante de mí. Ahora se levanta.

No puedo mirar, no puedo... En vez de eso miro a mi marido. Jake, oh Jake...

—Mamá...

Claudia se arrodilla y alarga las manos. Tiene los dedos rotos y deformes, los codos descoyuntados... Agarra mi mano derecha y se la lleva a la nariz.

Soy incapaz de moverme. Me quedo hechizada, viendo cómo olisquea mi piel, con los ojos fijos en mí.

Abre la boca y muestra los dientes.

—Mamá, tengo hambre...

#Bocaditosdesuspense

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