Maite R. Ochotorena
Relato: «El Muelle»
Huele a queroseno y a gasolina.
Y a muerte.
El muelle aparece de golpe ante mis ojos, desnudo, hormigón y asfalto, vigas de acero, grúas gigantes con sus largos cables de metal, viejos barcos anclados flotando en una balsa de aceite… y restos de pescado.
De ahí viene este hedor a muerte.
No esperaba esto.
Pero a veces el destino se burla de mí. No, lleva haciéndolo toda la vida, en realidad.
Miro por encima del hombro, hacia las sombras del callejón del que acabo de salir.
No veo nada.
Pero eso no significa que no haya nada. ¿Verdad?
Se me encoge el estómago. Escudriño esas sombras, sin alcanzar a ver lo que esconden… No tengo dónde escoger. No puedo regresar por ese callejón, porque ahí se esconde lo que me ha empujado hasta aquí, jugando conmigo.
No. Sólo me queda el muelle silencioso y sus fantasmas.
Por eso hecho a andar, con las manos en los bolsillos de mi sudadera. Camino con garbo. Mis pasos despiertan un eco breve en este lugar desapacible. El cielo sobre mi cabeza está tan negro como mi ánimo. Empieza a llover, y este lugar se torna aun más tétrico, algo que parecía imposible.
Tétrico… y triste.

Rodeo las tripas y cabezas de pescado que convierten el asfalto en una pista de patinaje y me arrimo al borde del muelle. Los grandes barcos pesqueros se alzan a mi lado, como mudos esqueletos de hierro, cadenas, mástiles, óxido…
Y entonces lo veo. De reojo, pero lo veo, o lo intuyo…
Algo se ha deslizado a mi derecha, por detrás de esos contenedores. Algo grande y pesado. Se me encoge el estómago. ¿Es lo mismo que ha venido siguiéndome desde la estación? Aprieto el paso, pero el muelle es largo, muy largo. No veo el final. El mar es una balsa apacible pintada al óleo, oscura como este cielo tan negro… La lluvia cae con fuerza y el olor a metal oxidado se intensifica. El metal brilla, se forman charcos.
Vuelvo a mirar de soslayo hacia los contenedores que lo llenan todo a mi derecha.
No veo nada.
Pero oigo que algo cae más adelante, algo que rebota en el suelo y rueda. Luego silencio, salvo mis pasos en el suelo ya encharcado.
Empiezo a correr, primero con cautela.
Cuando ese espantoso sonido que me hiela la sangre estalla en alguna parte delante de mí, como un rugido gutural y un cloqueo… corro como un demente en dirección contraria.
Soy rápido, pero el miedo me vuelve torpe y tropiezo varias veces. Odio el sonido angustiado de mi propia respiración, y la forma en que mis zancadas despiertan ecos en el silencio. Corro sin mirar atrás, no quiero ver qué me persigue. No quiero descubrir que es alguna abominación imposible, y descubrir que los monstruos de mis pesadillas existen.
Cuando el pánico te domina cometes errores. No me doy cuenta, y me desvío del borde del muelle, hacia los restos de pescado muerto… Inevitable… Resbalo y caigo de bruces… Un golpe sordo, y me retuerzo el tobillo.
Aúllo de dolor, trato de levantarme, pero no puedo. Lloro como un niño pequeño, ¡maldita sea! Apenas puedo ver por culpa de mis lágrimas y de la lluvia. Una cortina de agua barre el muelle desdibujando las siluetas de los viejos barcos. Las grúas semejan brazos con largos dedos que arañan el suelo…
Detrás de ese telón advierto una gran figura oscura, informe, son rostro. Su presencia me paraliza. Trato de distinguir algo más, pero no se mueve, y la lluvia oculta su naturaleza. Está tan quieta… que llego a creer que no es nada, sólo parte del muelle, otro despojo de hierro más.
Pero ese… bulto… gruñe… cloquea… clo clo clo clo… Se oye un chasquido y me quedo sin aire.
La cosa se mueve…
Es lo mismo que me ha estado atosigando, conduciéndome hasta aquí calle tras calle. La veo avanzar sin que se adivinen sus piernas, o sus patas… Tal vez flota… pero eso es imposible… ¿no? Atraviesa la cortina de lluvia y se manifiesta ante mí, a escasos dos metros. Se detiene…
No lo comprendo.
No veo rostro alguno, no hay ojos que mirar, ni brazos o piernas, nada… Sólo una forma… cuya profunda oscuridad parece tragárselo todo alrededor. Ya no logro ver nada más, ni los barcos, ni los contenedorers… sólo esta cosa abyecta que aguarda ante mí. El aire que respiro empieza a consumirse, se vuelve denso y me asfixio.
Mis piernas pesan como si fueran plomo, mis brazos se paralizan, mi pecho se oprime y me ahogo… Quiero gritar, pero no tengo voz, abro la boca y no logro emitir sonido alguno… La cosa comienza a acercarse, lo llena todo, invade mi espacio sobre el pescado muerto. Oigo su cloqueo, clo clo clo…
Todo se vuelve negro cuando entra en mí y me arrebata el alma.