Maite R. Ochotorena
Relato: «Líbrame de mi pesadilla»
Si tengo que escoger entre marcharme o continuar donde estoy... Como si tuviera elección. Me has pedido que venga y yo te he prometido que voy a ayudarte... El muro se alza ante mí, imponente y frío, piedra sobre piedra, hiedra y cristales coronando su cima. Y tengo que trepar por él, aún no sé cómo, porque tú me has pedido que lo haga. Al otro lado... tu pesadilla. Quieres que te libre de ella. Quieres poder dormir. Lo que hay al otro lado de este muro te roba las noches y la cordura. Muy bien. Me pregunto por qué me presto a este juego, por qué me arriesgo, si no sé lo que hay al otro lado... O sí, me lo has dicho: tu pesadilla. Y si de verdad me encuentro con ella? Qué haré? Me froto las manos en la pernera del pantalón, me sudan, no quiero resbalar y caer. El cielo no acompaña, se ha llenado de nubes barrigonas y amenaza lluvia. El otoño gira en las esquinas, remolinos de hojas muertas, el aire está cargado en el callejón, tu callejón, el que está detrás de tu casa. No debería trepar este muro, pero te lo he prometido... Meto los dedos de las manos entre las piedras y me aferro a sus aristas rugosas. Me impulso hacia arriba y empiezo a ascender. Es fácil, muy fácil, tanto, que llego con soltura hasta los cristales que coronan el muro, dientes afilados incrustados en la piedra. Sé cómo evitarlos, paso por encima y me asomo al otro lado. No sé qué esperaba encontrar, sólo veo una copia del callejón que acabo de dejar al otro lado. Oscuro y silencioso, un callejón sin salida con otro muro más allá, un muro insalvable. Cómo puede estar aquí tu pesadilla? Empiezo a creer que te lo has inventado, qué son imaginaciones, que estás desquiciada... Pero me dejo caer. Ya estoy dentro. Desde aquí abajo todo se ve más... profundo y aislado. Me siento como si estuviera dentro de una caja. Miro alrededor, cuatro paredes , dos de ladrillo a los costados y los muros de piedra. Ahora los dos se me antojan insalvables. Qué hago aquí? —Hola??? Qué estúpido me siento. Es evidente que estoy solo.... Pero no lo estoy. Un aliento ardiente roza mi nuca. Me giro sobresaltado. Detrás de mí, como surgida de la nada, está tu pesadilla, tal y como me la has descrito una y mil veces: una figura alta, que no parece estar sobre el suelo, sino provenir de él, como algo que emerge y crece... oscuro o... profundo... Su rostro es una máscara de muerte y sus ojos me traspasan. No debería estar aquí...

De pronto comprendo que las pesadillas pesadillas son, no se puede hacer nada contra ellas, mucho menos si no son las tuyas!! El suelo se vuelve movedizo, el callejón se distorsiona, y te descubro detrás de esta figura demoníaca, riéndote de mí. —Qué haces? Por qué te ríes?? No me respondes. Una mano negra emerge de la túnica antigua de ese ser macabro al que tanto temías (“líbrame de él, por favor!”)y se posa en mi pecho. Mi corazón late muy deprisa; cuando sus largos dedos perforan mi carne buscándolo, escucho tu risa burlona, como un eco fantasmal. Tú me has traído aquí, ahora comprendo que era una trampa. Así vas a librarte de tu pesadilla? Entregándome a mí? La garra atraviesa mi corazón y lo siento estallar. La máscara de horror se tuerce en un mueca deforme y me hundo con ella bajo este suelo que no es suelo...