Maite R. Ochotorena
Relato: «Los cazadores»

—Oye Ben, ¿cuántos cigarrillos te quedan? —Sólo dos. —A mí ninguno... Samuel se queda callado. Rumia sus miserias mientras a su lado Ben decide agotar sus dos últimos pitillos. Le tiende uno a Samuel y se enciende el suyo. —Si nos va a joder, quiero disfrutar un poco. Sus ojos escudriñan la oscuridad. Desde el puesto de caza en el que se agazapan apenas se ve nada. Es noche cerrada. —¿Crees que va a volver? —Sin duda. —Joder... ¡Joder! Ben le da una calada a su cigarrillo. Brilla en la oscuridad e ilumina por un instante su rostro. Sus piernas cuelgan hacia el vacío. El puesto es una torre, como un andamio de metal de unos veinte metros de altura. Hace frío ahí arriba. —No hemos debido volver. —Pues no haber insistido... —Ya... Joder, ni siquiera hemos encontrado el rastro. ¿Estás seguro de que le acertaste? —Vi sangre, y tú también. Tuve que darle. —Pero no hemos visto huellas, nada. Si estuviera herida, habríamos encontrado algo. —Cállate Samuel. Pero Samuel no tiene ganas de callarse. El silencio del bosque le pone nervioso. Escudriña la oscuridad. Sólo distingue las ramas de los árboles más cercanos. De pronto algo se mueve a los pies del puesto. Samuel y Ben recogen las piernas por instinto y se preparan. Sus rifles de mira telescópica tienen visión nocturna. Abajo todo está en calma, no ven nada. Ben apoya el ojo derecho en la mirilla y mueve el rifle, barriendo el perímetro. Nada. —...schhhhh Tiene que estar ahí... —susurra Ben. Apagan sus cigarrillos y esperan en silencio. De nuevo un chasquido. Una sacudida agita la torre de metal. Samuel se sobresalta, está a punto de dejar caer su rifle. —Ten cuidado maldito inútil... —sisea Ben. Otra sacudida. Abajo hay algo. Se oyen pequeños pasos. —Está ahí... ¿la ves? Samuel vuelve a mirar. Es cierto. está ahí mismo, mirando hacia arriba. Su hermana les observa. A Ben se le eriza el vello de todo el cuerpo. —Mátala Ben —suplica Samuel—... ¡Mátala! Ben apunta con su rifle y dispara. La detonación despierta ecos en el bosque. —¿Le has dado? —Creo que no... —¡Joder! De nuevo el puesto se sacude, esta vez con violencia, y Ben y Samuel se levantan. Abajo su hermana está zarandeando la estructura. Es pequeña, pero su fuerza es descomunal. Trata de hacerles caer, como la fruta madura de un árbol... Un chasquido metálico anuncia que algún hierro se ha roto y el puesto se inclina. Otro estallido, y la plataforma sobre la que se encuentran se balancea y cae. Ben y Samuel se precipitan al suelo. caen como dos fardos. Samuel se golpea la cabeza contra una roca y muere en el acto. Ben queda tendido boca arriba, sin aire. Boquea, trata de recuperar el aliento, quiere moverse... Su hermana se acerca. Está descalza, sus pies se hunden en la tierra negra del bosque. Ben alcanza a distinguir sus manos. Tiene los dedos ensangrentados. —Shirley... La niña abre la boca pero no dice nada. Sus ojos brillan llenos de odio. Se arrodilla a su lado. Ben descubre que tiene una herida de bala en el vientre. Sangra, pero no parece afectarle. ¿Cómo puede ser? —Shirley, por favor, soy Ben, tu hermano... La niña le observa impasible. Entonces alarga una mano y coge una piedra grande. La levanta sobre su cabeza y le golpea. Ben aúlla, patalea, removiendo el lecho de hojas muertas sobre el que ha caído, mientras su hermana vuelve a levantar la piedra y le golpea una y otra vez, hasta aplastarle el cráneo. Ben muere, y Shirley se limpia la sangre de la cara con la manga de la chaqueta. Sus hermanos no volverán a darle caza.