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  • Foto del escritorMaite R. Ochotorena

Relato: «La puerta del armario»



espiritismo

Ninguno creía en los espíritus.

Y sin embargo estaban allí, sentados alrededor de la mesa, con el dedo índice de la mano derecha puesto delicadamente sobre un vaso de plástico que Marcos había colocado boca abajo. Alrededor, en círculo, habían distribuido las letras del abecedario. Las habían cortado de una en una a partir de una hoja de papel. Estaban a oscuras en la habitación de Santina, iluminados por un par de velas.

A Santina no le gustaba la idea de hacer una sesión de espiritismo en su habitación, pero su hermano Marcos y los demás, Lalo, Mercedes y Toño, se habían empeñado tanto en hacerla allí, porque no tenían ningún otro sitio donde jugar, que al fin había cedido.

La niña fruncía el ceño mientras observaba el rostro de sus compañeros de mesa. Marcos se concentraba en el vaso, convencido de lo que hacía; era el único que creía en la existencia de los espíritus. Lalo apretaba los labios para contener la risa, y Mercedes y Toño miraban de soslayo alrededor, temerosos como ella de que algo extraño llegara a ocurrir. Jack, el perro de Santina y Marcos, dormitaba ajeno a sus juegos bajo la mesa.

La estancia bailaba a la luz de las velas, que proyectaban sombras alargadas en las paredes y volvían siniestros los rasgos de los chiquillos. Santina se arrepentía de hacer aquello allí, donde después tendría que dormir… sola. Se revolvió inquieta en su silla, y rozó sin querer a Jack. El suave pelaje del animal acarició su pierna, pero no se movió.

Entonces Marcos levantó la mirada. Había un velo fantasmagórico en sus ojos castaños, como si la vida y la muerte se ocultaran tras él. A Santina le dio miedo. El chico abrió la boca para hablar, y Lalo dio un respingo.

–Espíritu… si estás aquí… abre la puerta del armario…

Se hizo el silencio. Santina contuvo el aire. ¿Por qué tenía que decir aquello? ¿Y si se abría de verdad? Entonces Mercedes gimió asustada, y Lalo soltó una risita nerviosa. Marcos repitió la misma frase, absolutamente concentrado en sus palabras y en el vaso de plástico en el que todos tenían apoyado el dedo de la mano derecha.

–Espíritu, si estás aquí… abre la puerta del armario…

Santina soltó su dedo del vaso.

–¿Tú eres tonto? ¿Para qué dices eso…

Y de pronto Jack salió enfurecido de debajo de la mesa y se abalanzó hacia el armario, ladrando como si algo se moviera allí. Santina chilló, y enseguida su pánico se contagió a los demás. Mercedes se levantó, tiró la silla, Toño la siguió, el vaso se cayó, los papeles volaron, y mientras Jack no dejaba de ladrar y gruñir, salieron todos a una de la habitación, tan agitadamente que ninguno vio si la puerta del armario se abría o no.

El pasillo estaba a oscuras. Corrieron hasta la sala, donde sus padres charlaban con sus tíos, que habían ido de visita. Al entrar, se atropellaron unos a otros, chillando y llorando de miedo y ansiedad. Entonces vieron que tampoco allí había luz. Unas cuantas velas ardían repartidas por la estancia. La madre de Santina y Marcos se levantó para calmarlos, abrazó a su hija y la besó, pidiéndole que explicara todo aquel alboroto.

Entonces ella contó lo ocurrido, y sus tíos se echaron a reír. Toño y Marcos insistieron en que había algo en el armario, que lo habían sentido, que Jack estaba ladrando…

–¿Por qué estáis con velas? –preguntó Lalo.

–Hace un rato que se ha ido la luz en todo el edificio –le explicó el padre de Marcos–. Qué, ¿también eso es cosa del espíritu?

Hubo risas, pero a los chiquillos no les contentaba ver que se mofaban de ellos. Santina se abrazó a su madre, arrepentida de haber dejado que su hermano organizara la sesión de espiritismo en su habitación. ¿Cómo iba a poder dormir allí ahora?

De pronto, cuando Marcos trataba de convencer a su padre de la realidad de lo que habían vivido, las copas que había sobre la mesa camilla, en un rincón de la sala, estallaron, una tras otra.

Hubo un silencio. Santina lloraba, Mercedes lloraba, Lalo estaba lívido y Marcos y Toño miraban los restos de las copas demudados. Incluso los padres de Santina y Marcos se habían quedado blancos.

–Lo han hecho en mi cuarto… –gimió Santina.

–Hay que quemar el vaso boca abajo con las letras dentro –aseguró Marcos–. Así si hay un espíritu se marchará.

Entonces regresó a la habitación de Santina, con Toño detrás, sin escuchar a su padre, que empezaba a enfadarse con él. Jack ya no ladraba, estaba en el pasillo, con aire lastimoso, meneando la cola sin dejar de gemir. Cuando Marcos entró no le siguió. El niño miró hacia el armario, que ahora estaba entreabierto…¿o ya lo estaba? Pasó de largo, fue hacia la mesa, recogió el vaso del suelo, lo llenó con las letras del abecedario, y se lo llevó al balcón.

–Tráeme cerillas –le pidió a Toño.

Su amigo se fue a la sala y le pidió cerillas al padre de Marcos. Luego regresó y miró cómo el chico le prendía fuego al vaso boca abajo, tal y como había dicho que debía hacerse.

–¿Cómo sabes que servirá? –preguntó Santina desde la puerta del balcón.

–No lo sé –repuso Marcos. Sólo lo creía.

Nota de la autora: esta historia es real.

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