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  • Foto del escritorMaite R. Ochotorena

Bocaditos de Suspense: «Quiero jugar»



Quieres jugar conmigo?

—...suma y sigue —murmura Yvette. Saca la lengua mientras termina su hoja de cálculos, sentada en la terraza del jardín—... y me llevo dos...

—¿Qué haces?

Yvette levanta la cabeza y mira alrededor, pero su mente aún tarda unos instantes en despegarse de sus ejercicios y romper su concentración. A su lado hay una niña. No la conoce. Es muy extraña y está pálida. Tiene una boca grande, muy grande, de labios rojos y finos.

—...hago mis deberes —responde con timidez.

—¿Quieres jugar?

—¿Jugar? ¿A qué?

La niña agita su cabecita, y se sacude su larga melena negra, bastante despeinada. De ella brota un olor a tierra mojada, a hierba y a musgo. Un olor un tanto rancio. A Yvette no le gusta.

—No preguntes, juega y ya está. Quiero jugar...

—Creo que no, prefiero hacer mis deberes.

La horrible niña extiende una mano, es menuda y frágil. Hay una flor muerta en ella.

—Cógela.

Yvette duda, pero no ve nada malo en hacerle caso.

—Ahora cómetela.

—...por qué iba a hacer eso...

—Es el juego. Cómetela...

Algo en los ojos de esa niña, negros como un pozo sin fondo, intimida a Yvette. No sabe por qué, pero obedece. Alarga la mano y coge la flor muerta. Se la lleva a la boca y se la traga.

—Ahora escupe.

Yvette obedece una vez más.

—Más fuerte.

Yvette lo intenta de nuevo, y esta vez de su boca sale disparada una bola brillante, como una chispa vital, que se queda flotando ante ella. Es preciosa...

—¿Ves? Es el juego. Ahora yo.

La niña vuelve a abrir su mano y aparece en su palma otra florecilla, mustia como la anterior. Se la come, y su boca enorme se abre de forma demencial, tanto que Yvette se asusta. Se echa atrás en su sillita, instintivamente, y quiere llamar a su madre, pero la puerta de la terraza está cerrada, y de todos modos no tiene voz. Se le ahoga un grito en la garganta, cuando ve los dientes agudos de esa extraña criatura y su lengua negra antes de que cierre la boca y se trague la flor.

—Voy a escupir, mira lo que hago...

Entonces coge aire, y escupe con todas sus fuerzas... Ante los ojos horrorizados de Yvette, lanza al aire una bola negra, un légamo pútrido que flota entre las dos. De él emana un hedor nauseabundo.

—Juega...

—No quiero jugar, vete... Quiero que te vayas —logra decir Yvette.

—Juega...

Y sonríe, y su boca se expande y sus dientes destacan entre esos labios tan rojos. Levanta su mano de largos deditos, muy finos y delicados, y empuja la bola negra hacia ella. Yvette no tiene tiempo. La bola le da en la boca, y siente que se le mete dentro, y que desliza por su garganta y le roba el aire... Entonces la niña se ríe, y su risa es espantosa, una carcajada demencial sin eco ni alegría que devora cualquier otro sonido alrededor. Abre su enorme boca y se acerca a Yvette... y lame sus manos con esa lengua negra...

—...mmmm, qué bien sabes...

Yvette no puede moverse, no logra respirar, y mientras la masa negra que se ha tragado inunda su cuerpo, se da cuenta de que los dientes de la criatura empiezan a rasgar su piel.

—...me toca jugar...

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